
Profesores de colegios Agustinos de España en el jubileo de la Educación en Roma
Os hacemos partícipes del texto que nos envía desde Roma el P. Valeriano y nuestro Profesor Paco Olmos. Nos alegramos que sean momentos de entusiasmo los vividos Junto al Papa León XIV que transmite su identidad agustiniana en el mensaje de forma muy clara.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos!
Estoy muy contento de poder encontrarme con ustedes, educadores provenientes de todo el
mundo y comprometidos en todos los niveles, desde la escuela primaria hasta la universidad.
Como sabemos, la Iglesia es Madre y Maestra (cf. S. JUAN XXIII, Carta enc. Mater et
magistra, 15 mayo 1961, 1), y ustedes contribuyen a encarnar su rostro para tantos alumnos y
estudiantes a cuya educación se dedican. Gracias a la luminosa constelación de carismas,
metodologías, pedagogías y experiencias que representan, y gracias a su compromiso “polifónico” en
la Iglesia, en las diócesis, en congregaciones, institutos religiosos, asociaciones y movimientos,
ustedes garantizan a millones de jóvenes una formación adecuada, manteniendo siempre en el centro,
en la transmisión del saber humanístico y científico, el bien de la persona.
Yo también fui docente en instituciones educativas de la Orden de San Agustín. Por eso
quisiera compartir con ustedes mi experiencia, retomando cuatro aspectos de la doctrina del Doctor
Gratiae que considero fundamentales para la educación cristiana: la interioridad, la unidad, el amor
y la alegría. Son principios que quisiera que se conviertan en los pilares de un camino a recorrer
juntos, haciendo de este encuentro el inicio de un proceso común de crecimiento y enriquecimiento
mutuo.
Respecto a la interioridad, san Agustín dice que «el sonido de nuestras palabras golpea los
oídos de ustedes, pero el verdadero Maestro está dentro» (In Epistolam Ioannis ad Parthos Tractatus
3,13), y añade: «A los que no enseña interiormente el Espíritu Santo, regresan con la misma
ignorancia» (ibíd.). Nos recuerda así que es un error pensar que para enseñar son suficientes palabras
bonitas o aulas escolares en buen estado, laboratorios o bibliotecas. Estos son sólo medios y espacios
físicos, ciertamente útiles, pero el Maestro está dentro. La verdad no circula a través de sonidos,
muros y pasillos, sino en el encuentro profundo entre las personas, sin el cual cualquier propuesta
educativa está destinada al fracaso.
Vivimos en un mundo dominado por pantallas y filtros tecnológicos, a menudo superficiales,
en el que los estudiantes, para entrar en contacto con su propia interioridad, necesitan ayuda. Y no
sólo ellos. También los educadores, con frecuencia cansados y sobrecargados de tareas burocráticas,
corren el riesgo real de olvidar lo que san John Henry Newman sintetizaba con la expresión cor ad
cor loquitur —“el corazón habla al corazón”
—, y que san Agustín recomendaba diciendo: «Noquieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad»
(De vera religione, 39, 72). Son expresiones que invitan a considerar la formación como un camino
en el que maestros y discípulos caminan juntos (cf. S. JUAN PABLO II, Const. ap. Ex corde Ecclesiae,
15 agosto 1990, 1), conscientes de no buscar en vano, pero, al mismo tiempo, sabiendo que deben
seguir buscando incluso después de haber encontrado. Sólo este esfuerzo humilde y compartido —
que en los contextos escolares se configura como proyecto educativo— puede acercar a alumnos y
docentes a la verdad.
BOLLETTINO N. 0817 – 31.10.2025 9
Y llegamos así a la segunda palabra sobre la que quisiera detenerme: unidad. Como quizá
sepan, mi “lema” es In Illo uno unum. También esta es una expresión agustiniana (cf. Ennaratio in
Psalmum 127, 3), que recuerda que sólo en Cristo encontramos verdaderamente la unidad, como
miembros unidos a la Cabeza y como compañeros de camino en el proceso de continuo aprendizaje
de la vida.
Esta dimensión del “con”, constantemente presente en los escritos de san Agustín, es
fundamental en los contextos educativos, como desafío para “salir de sí mismo” y como estímulo
para crecer. Por esta razón, he decidido retomar y actualizar el proyecto del Pacto Educativo Global,
que fue una de las intuiciones proféticas de mi venerado predecesor, el Papa Francisco. Además,
como enseña el Maestro de Hipona, nuestro ser no nos pertenece: «Tu alma —dice— no es tuya
propia, sino de todos tus hermanos» (Ep. 243, 4, 6). Y si esto es verdad en sentido general, lo es con
mayor razón en la reciprocidad propia de los procesos educativos, en donde el compartir el saber no
puede tomar otra forma que la de un gran acto de amor.
Precisamente, la tercera palabra es amor. Resulta muy iluminador, al respecto, un dístico
agustiniano que afirma: «El amor a Dios es primero en el orden de lo preceptuado; el amor al prójimo,
en cambio, es primero en el orden de la acción» (In Evangelium Ioannis Tractatus 17, 8). En el ámbito
formativo, entonces, cada uno podría preguntarse cuál es su compromiso para captar las necesidades
más urgentes, qué esfuerzo realiza para construir puentes de diálogo y de paz, incluso dentro de las
comunidades docentes; cuál es su capacidad de superar prejuicios o visiones limitadas; cuál su
apertura en los procesos de co-aprendizaje; y qué empeño pone en responder a las necesidades de los
más frágiles, pobres y excluidos. Compartir el conocimiento no basta para enseñar, se necesita amor.
Sólo así el conocimiento será provechoso para quien lo recibe, en sí mismo y, sobre todo, por la
caridad que comunica. La enseñanza nunca puede separarse del amor, y una de las dificultades
actuales de nuestras sociedades es no saber valorar suficientemente la gran contribución que los
maestros y educadores brindan a la comunidad en este sentido. Pero tengamos cuidado, dañar el papel
social y cultural de los formadores es hipotecar el propio futuro y una crisis en la transmisión del
saber conlleva una crisis de esperanza.
Y llegamos así a la última palabra clave: alegría. Los verdaderos maestros educan con una
sonrisa, y su apuesta es lograr despertar sonrisas en el fondo del alma de sus discípulos. Hoy, en
nuestros contextos educativos, preocupa ver crecer los síntomas de una fragilidad interior
generalizada, en todas las edades. No podemos cerrar los ojos ante estos reclamos silenciosos de
auxilio; al contrario, debemos esforzarnos por identificar sus causas profundas. La inteligencia
artificial, en particular, con su conocimiento técnico, frío y estandarizado, puede aislar aún más a
estudiantes ya aislados, dándoles la ilusión de no necesitar a los demás o, peor aún, la sensación de
no ser dignos de ellos. El papel de los educadores, en cambio, es un compromiso humano, y la alegría
misma del proceso educativo es plenamente humana, una llama que «funde las almas y de muchas
hace una sola» (S. AGUSTÍN, Confesiones, IV, 8,13).
Por eso, queridos amigos, quiero invitarlos a hacer de estos valores —interioridad, unidad,
amor y alegría— los “puntos cardinales” de la misión de ustedes para con sus alumnos, recordando
las palabras de Jesús: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos,
lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). ¡Les agradezco el valioso trabajo que realizan! Los bendigo de
corazón y rezo por ustedes»







